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martes, 20 de julio de 2010

DESASOCIEGOS

EL ROSTRO HUMANO DEL CINE


Al director Kieslowski (fallecido 1996), llamado el retratista ético del cine, le preocupaba la falta de comunicación, el distanciamiento entre las personas; se consideraba vinculado al cine "de la inquietud" moral, y en sus películas, por desgracia para nosotros pocas, apostó por las relaciones humanas, cuajadas de tolerancia, belleza, calma... como susurros estéticos que despliegan humanidad. Su carisma es que no decía grandes cosas, sino lo esencial; investigaba los más recónditos aspectos del amor, de la muerte, de los valores universales. Su investigación se realiza en la elegancia; a veces la cámara, como en Rojo (1993) permanece a menudo en el rostro del personaje, porque para el director ese rostro es tan expresivo como una bomba. Hacía cine no para dar respuesta, sino para hacer preguntas: ¿Qué es lo que se ve? ¿qué pasa con el frío, está más cerca de la muerte o de la vida? Respuestas paradójicamente cercanas y lejanas. "Rojo" es una película de afectos, elaborada entre los dedos del cine de su director, como un coleccionista de guiños y azares y ahogos de la vida humana que, felizmente, pueden llevarse mejor con los otros.

Recordemos por ejemplo a Capra –Sucedió una noche (1934), El secreto de vivir(1936), Vive como quieras (1938), Juan Nadie (1941)... –todas sus películas están repletas de humanidad.

O a John Ford capaz de hacer creíble cualquier historia. Su poética se basaba en el conocimiento de los comportamientos humanos. En la secuencia de Las uvas de la ira (1940) previa la marcha de Tom Joad, éste habla con su madre. No hay gestos. El rostro inquieto y embrujado está encerrado en un plano corto y fijo. Ma Joad escucha emocionada. Es la última vez que va a estar con su hijo. Los ojos de Tom no se apartan de los de su madre que le acaba de preguntar por el camino que va a seguir: "Estaré aquí, en la oscuridad, estaré en todas partes. Adonde mires; donde haya una lucha, para que la gente hambrienta pueda comer, allí estaré. Donde haya un policía golpeando a un muchacho, allí estaré. Estaré en el modo en que los niños ríen cuando tienen hambre y saben que la cena está lista, y cuando la gente come lo que ha cultivado y vive en las casas que ha construido; allí también estaré..." Nadie fue capaz de llenar una pantalla con tanta verdad y con tanta emoción.

El cine, como todo arte, como la literatura…son fuentes para ampliar, profundizar y enriquecer la experiencia fáctica del hombre. Señalaba el realizador Dreyer que entre la obra de arte y el ser humano existe una semejanza muy estrecha porque ambos tienen alma. Y el alma expresa un estilo. Por el estilo, el creador fusiona los diversos elementos de su obra, obligando al público a que vea el argumento con sus propios ojos, pero a su vez crea un puente con el espectador, y éste con los otros espectadores, y con sus amigos. Y pueden establecerse unas relaciones humanas auténticas, ordenadas, que nos llevan a conocernos mejor, que nos perfeccionan. Uno de los honestos objetivos de la bioética, que tan plástica y pedagógicamente se plasman en el cine.

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